Actualmente, es conocido el ejercicio físico como un método eficaz para mejorar la salud y calidad de vida, en cualquier etapa cronológica de las personas, y representa una poderosa herramienta como terapia cardiovascular. El ejercicio físico ejerce sus efectos beneficiosos mediante la reducción de los factores de riesgo cardiovascular, afectando directamente la remodelación celular y molecular de corazón. Tradicionalmente, el ejercicio de resistencia aeróbica se ha considerado preferentemente para determinar un crecimiento fisiológico equilibrado y reversible, a través de la hipertrofia de los cardiomiocitos, acompañada de la neoangiogénesis. Estas adaptaciones celulares se deben a la activación de las vías de señalización y, en particular, el eje IGF-1 / IGF-1R/Akt parece tener un papel principal, pero… ¿es el ejercicio físico un mecanismo efectivo para reducir la Hipertensión Arterial? Y si es así, ¿sería el entrenamiento de resistencia aeróbica la metodología más eficaz, o podrían existir otras alternativas?
La Hipertensión Arterial (HTA) es un síndrome multifactorial y multicausal caracterizado por una presión arterial con niveles superiores o iguales 140/90 mmHg de presión arterial sistólica (PAS) y diastólica (PAD), respectivamente. Las últimas guías norteamericanas de HTA han reducido el umbral de PA para el diagnóstico de HTA a cifras inferiores a 130/80 mmHg, pero las guías europeas han mantenido el umbral de diagnóstico previo (1).
Las enfermedades cardiovasculares son la primera causa de muerte mundial, siendo la Hipertensión Arterial el primer factor de riesgo de muerte, a la que se le atribuyen 7,5 millones de muertes anuales. En España el 33% de las personas adultas tiene HTA (66% en mayores de 60 años), de las cuales el 40% lo desconoce. Esto supone que hay aproximadamente unos 12 millones de hipertensos en España, de los cuales 9 millones no están adecuadamente controlados; lo que se traduce en 40.000 muertes cardiovasculares anuales atribuibles a la HTA en personas mayores de 50 años (unas 100 muertes al día) (1).
El alto índice de mortalidad de la HTA viene ocasionado porque está asociada a multitud de trastornos metabólicos, hormonales y estructurales, y que representan un riesgo primario para la enfermedad coronaria y accidente cerebrovascular (2). Según datos de la Sociedad Española de Hipertensión Arterial, las personas hipertensas que han estado sin diagnóstico durante mucho tiempo pueden sufrir, en un momento dado, una complicación cardiovascular, como la angina de pecho, aterosclerosis, cardiopatía hipertensiva, enfermedad renal y accidente cerebrovascular (3).
La progresión de esta enfermedad es sin duda un problema de salud pública ya que los pacientes con presión arterial alta muestran un aumento del riesgo cardiovascular (4). Adicionalmente, alrededor del 40% de los pacientes hipertensos también tienen niveles elevados de colesterol en sangre y factores que aumentan el riesgo de eventos coronarios (5).
En cuanto a los principales factores de riesgo de esta enfermedad, las causas son generalmente desconocidas, aunque hay ciertos factores asociados a la HTA como: el sexo, siendo más prevalentes en hombres (47%) que en mujeres (39%) (6), tabaquismo, diabetes mellitus, dislipidemia/hipercolesterolemia, sobrepeso/obesidad, sedentarismo, dieta no saludable, problemas renales, historial familiar, incremento de la edad, bajo poder económico, apnea obstructiva nocturna, y estrés psicosocial (3).
Entre los tratamientos prescritos para la HTA, el más común y utilizado es el tratamiento farmacológico con medicamentos hipotensores (7);sin embargo, dichos medicamentos presentan efectos potencialmente negativos que puedan incidir sobre un acortamiento de la supervivencia (8). Por ello, se pone de manifiesto otra pregunta más a resolver, ¿si el ejercicio físico es un método hipotensor eficaz, podría suponer mayores reducciones en la presión arterial que cualquier fármaco?
Respondiendo a las preguntas planteadas, recientemente (9) publicaron un metaanálisis con 391 ensayos controlados aleatorizados (39.742 participantes) en el que evalúan el efecto de diferentes metodologías de entrenamiento (entrenamiento concurrente, resistencia aeróbica, fuerza dinámica e isométrico) y diferentes familias de fármacos antihipertensivos (ACE-I, Inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina; ARB, Bloqueadores de los receptores de angiotensina II; β-Bloqueadores; CCB, Bloqueador de los canales de calcio; y Diuréticos) en la presión arterial sistólica (PAS). Al analizar aquellos participantes con hipertensión, no hubo diferencias significativas en la disminución de la PAS producida por el ejercicio y los fármacos.
Las recientes directrices de la American Heart Association (AHA) y la American College of Cardiology (ACC) destacan el papel de las intervenciones en el estilo de vida, incluido el ejercicio, en el tratamiento para la hipertensión, pero consideran las intervenciones farmacológicas y no farmacológicas de forma aislada. Por tanto, este estudio pone de manifiesto que el ejercicio físico puede prescribirse en pacientes con hipertensión para disminuir su tensión arterial, aunque en otras personas no sería suficiente y se debería de acompañar con fármacos. En cualquier caso, el ejercicio físico es un excelente método no farmacológico efectivo para disminuir la presión arterial sistólica e incluso tan efectivo como la mayoría de los medicamentos antihipertensivos en poblaciones con altos niveles de presión arterial sistólica ≥150 mmHg.
Los fármacos ayudan a muchas personas a mejorar su calidad de vida y reducir su riesgo de mortalidad, pero en la mayoría de casos no atacan el origen principal de la enfermedad, sino que intervienen sobre el síntoma. Detrás de la hipertensión, en la mayoría de las ocasiones hay un estilo de vida sedentario y una dieta desequilibrada, que mezclando ambas, se convierten en el verdadero problema ocasionando numerosas enfermedades asociadas. Tener una presión arterial normal no es lo que nos protege de tener una enfermedad, es el estilo de vida quien se encarga de dicha función. Por tanto, debemos tener en cuenta que el ejercicio físico actúa en prevención primaria, es decir, antes de que exista una alteración en el organismo que ponga de manifiesto una enfermedad.
El ejercicio físico es capaz de integrar respuestas fisiológicas coordinadas actuando sobre el origen del problema, produciendo cambios hemodinámicos significativos, incluyendo aumentos en el flujo sanguíneo muscular, reducción de la disfunción endotelial y de la resistencia a la insulina, lo que resulta en la reducción de la resistencia vascular sistémica, y la promoción de un efecto favorable sobre los factores de riesgo cardiovascular (10) (11).
Para el tratamiento de la HTA, descensos mayores a 2 mmHg, muestran claros efectos que pueden ser beneficiosos y relevantes para la salud pública, por tanto, se reduce entre un 6 y 15% el riesgo de sufrir una enfermedad coronaria o accidente cerebrovascular (12). Estos beneficios parecen estar relacionados con las mejoras en la función, estructura del conducto y la resistencia de los vasos de dilatación dependientes del endotelio, el estrés oxidativo y la regulación autónoma de la frecuencia cardiaca (12).
Determinados estudios sugieren que los descensos en la presión arterial pueden deberse a consecuencia de diferentes mecanismos. La presión arterial media se determina por el gasto cardíaco (GC) y la resistencia periférica total. El gasto cardíaco neto no cambia o aumenta ligeramente con la práctica de ejercicio (13) (14), por lo que el componente principal que podría cambiar la presión arterial es la resistencia periférica total. La resistencia periférica se puede ver afectada por los cambios relacionados con el ejercicio en la función y la estructura vascular. La disfunción endotelial es un determinante importante de la función vascular local y depende en gran medida de la biodisponibilidad de óxido nítrico (NO). El ejercicio físico podría regular positivamente la biodisponibilidad de NO, que mantiene y mejora la función endotelial (15) (16).
Igualmente, la estructura vascular puede estar influenciada por el ejercicio físico crónico, que podría inducir un aumento de diámetro de la arteria, la disminución de espesor de la pared íntima-media, y el aumento de pico mediada por el flujo de dilatación (17). Además, la presión arterial está controlada por el sistema nervioso autónomo y la activación elevada del sistema nervioso simpático y la pérdida de control del parasimpático son comunes en pacientes con hipertensión (18). La hiperactividad del sistema nervioso simpático podría ser normalizada y la sensibilidad del barorreflejo podría ser restablecido por el ejercicio físico (13) (19).
Por último, como se ha comentado anteriormente existen otros factores de riesgo tales como la resistencia a la insulina (20) y la obesidad (21) que son comunes en individuos con hipertensión. La literatura sugiere que hay una relación entre la resistencia a la insulina y la presión arterial, donde esta última podría ser regulada por las concentraciones de insulina (22) (23). Además, la pérdida de peso mejora la sensibilidad a la insulina y reduce las concentraciones de insulina en plasma (21), lo que podría reducir la PA. Tanto el metabolismo de la insulina y la pérdida de peso se mejoran mediante la realización del ejercicio físico (24) (25).
Para concluir, podemos afirmar que existe una evidencia sólida que garantiza que diferentes metodologías de entrenamiento (concurrente, resistencia aeróbica, fuerza dinámica e isométrica) producen reducciones significativas de la presión arterial y puede ser una medida no farmacológica eficaz para controlar la presión arterial.
REFERENCIAS
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